sábado, 27 de febrero de 2010

Otra historia de taxi

- Hola, ¿español?
- Si, efectivamente (parece que hasta sin abrir la bocaza se me nota!)
- Ah y… le gusta Guadalajara?
- Si, para un español es fácil adaptarse a México..ya sabes cultura similar, la misma lengua (=respuesta estándar)
- Ah..y las tapatías que tal? (=pregunta estándar)
- Bien, me hacen sufrir mucho… (=respuesta habitual ligeramente tuneada)
- No me hables de sufrimiento, no me hables….
- (no, si no era mi intención)
- …porque mira…mi novia, tiene 10 años más que yo
- (bueno hombre, eso no tiene porqué ser un problema)
- …yo tengo 23 y además ella tiene dos hijos.
- (bien, viéndolo asi….)
- Y ya son mayores! Tienen 15 y 16 años… y no hacen nada. Ni estudian, ni trabajan…así que me salí de la casa porque yo puedo chiquear a mi novia, pero no a esos dos parásitos!
- (si, tienes toda la razón)
- Pues, por ese motivo , me salí de la casa…y ahora estoy con ella como novios...porque, cuando la dejé se puso pechos, se quitó la panza y se subió el trasero…
- (ja, ja, ja..)
- …después de operarse, le dijo a un amigo que la mirara y que me dijera lo que me estaba perdiendo. Mira, mira…
- (me enseña una foto de ella en el móvil). Descripción de la foto: dos pechos tensando una camiseta de las chivas de Guadalajara y detrás de ellos una mujer borrosa.
- Hombre, no le veo la cara…pero desde luego, se gastó bien el dinero de la operación!
- Ja, ja, ja…si amigo. Es que me dijo que se operaba porque no quería verse vieja y que me fuera con otra. Fue metiendo parte del dinero que le daba en una cuenta de ahorro, donde, cuando tienes una cantidad determinada te dan 3 veces más enforma de crédito y con eso se operó…. Treinta y ocho mil pesos!
- No se mucho de operaciones pero…no es caro, no?
- No! Muy barato, es que su cuñado es cirujano plástico y no cobró su parte.
- Claro, claro..
- Al principio, nos iba mal…porque cuando empezamos a estar juntos, ella decía que yo ya no podía ir a ver a las Chivas, ni jugar futbol porque yo ya era un señor casado…
- Ah, te casaste con ella?
- Si, por lo civil.
- Bien, bien..
- Por aquella época yo tenía 19 años…¿un señor yo? No podía ir a ver a mi mamá solo. Decía que tenía que llevarla conmigo porque estábamos casados y ella tenía que ir donde yo fuera… ahora ya lo entiende mejor. Lo ha pasado mal. Su mamá se la "regaló" a su abuelita. Y el marido de su abuelita (en mi pueblo, normalmente ese es el abuelo...pero me temo que en este caso no era así) un día la echó de casa. Ella estaba llorando cerca de la puerta y la recogió un vecino que pasó en moto. Ella tenía 15 años. Le ofreció un lugar para vivir…pero una de las primeras noches de estar con él, el tipo llegó borracho y la violó. De ahí nació el primer hijo. Después la siguió violando y pegando. Total, que por mucho que hizo, no pudo evitar tener el segundo hijo.
- (pobrecilla, no?)
- Si, su mamá no la quiere. Yo al principio no la creía…¿cómo no va a quererte tu propia madre? Me contó que una vez llegó toda ensangrentada a casa de su madre, porque el padre de sus hijos la había pegado…a las pocas horas, el agresor vino a buscarla….su madre se la entregó de nuevo. “Es tu esposo y tienes que irte con él” – le dijo mientras le abría la puerta.
- Vaya vida!
- Si, por eso dice que soy la única persona que la quiere. La única con la que se siente segura. Ahora ya la llevo mejor con sus hijos. Bueno, con su hija la menor. Porque el mayor es drogadicto. Lo tuvo que correr de la casa. Un día llegaron y lo vieron en el sofá tumbado con estopa empapada en aguarrás en una mano y completamente drogado. Ella me llamó y yo lo saqué de casa. Se lo llevamos a su padre y ella le dijo: “Aquí tienes a tu hijo. Se droga. A mi no me hace caso. No me comprende”
- (podrías escribir un libro!)
- Ahora todo está mejor…nos divorciamos y estamos como novios. Cuando acabo mis cosas o ella acaba las suyas, nos llamamos…y vamos a comer, o vamos al cine…queremos tener hijos pero, debido a las palizas que le han dado tiene el útero…umm…como desprendido y para tener hijos tiene que someterse a un tratamiento que cuesta mucha lana…así que…no sé si podremos.

viernes, 19 de febrero de 2010

ELLA

Si! Allí estaba. Imponente; con su larga melena negra, su estilizada osamenta de mujer de selecta estirpe. Sus movimientos seguros, sus ojos oscuros en número de dos y sus labios carnosos y turgentes. Sus manos culminadas en deditos largos y finos discretamente adornados por un par de anillos con el brillo suficiente para intuirse; con la clase necesaria para no restarle protagonismo a su portadora…con ese par de kilométricas piernas que llegaban hasta el suelo y esa forma de moverse mimando a las masas de aire que la circundaban.

Al otro lado del antro, ese guerrero del amor destilando babilla ante aquella delicada estampa. Con menos posibilidades de éxito que San Marino disputando una final balompédica a Brasil, pero con el suficiente arrojo (hijo a la limón de la ignorancia y de la inconsciencia) como para atreverse a emprender la hazaña de conquistar aquella joya que latía bajo el “wonderbrá” de ella. Había librado múltiples combates en campos de batalla como aquellos pero era sabedor de que jamás había intentado una plaza de similares características. Tan codiciada, tan acostumbrada a repeler ataques de cuerpos musculosos, cultivados, cuidados con esmero en largas sesiones de gimnasio en repetitivas luchas seriadas contra la gravedad.

El aire entre ellos era denso pero el brillo de sus ojos le sirvió de guía. Él se dirigió hipnotizado hacia aquella luz cegadora, onírica, melancólica, bucólica…tirando a alcohólica…Mientras caminaba elevó las solapas de su cazadora de piel de escroto de toro bravo para situarse en posición de ataque y afiló sus colmillos:

- ¿Bailas guapa?

Ella lo miró de arriba abajo y se dio la vuelta.

- Demasiado fina! – rumió él en sus adentros mientras se dirigía a la barra a pedir otro “cubata”.

P.D. Qué bonita canción, no?

viernes, 12 de febrero de 2010

Colores

El color favorito de Dominguín era el verde moco. Siempre exhibía dos velas perpetuas colgando como las cataratas del Niágara de sus fosas nasales. De vez en cuando pasaba su lengua por el labio superior y libaba con placer el néctar de su resfriado.
- Señorita! Dominguín se está comiendo los mocos! – repetíamos a gritos cada vez que aquel bizarro evento gastronómico se producía.
El color favorito de la señorita, sin embargo, era el blanco. El mismo blanco que el del pañuelo con el que acudía a cosechar de las narices de Dominguín el viscoso y salado elixir del acatarrado. También era blanco (casi siempre) el color del sostén que al agacharse a realizar la labor humanitaria con nuestro compañerito vislumbrábamos bajo su bata azul de maestra de preescolar.
El azul es mi color. Si, azul… pero no el azul pálido de la ropa de los bebés, ni azul plomizo del Cantábrico enfadado. Es más bien ese azul brillante, azul profundo como el cielo de las tardes de primavera en las que volvía a casa impaciente para merendar pan con nata y azúcar. Al entrar escuchaba el traqueteo de la máquina de coser en la que mi madre se pasaba interminables horas reparando desaguisados en nuestras ropas. El mueble en el que la máquina de coser se anclaba y guardaba era marrón oscuro como los huevos de gusano de seda que criábamos en cajas de zapatos. De repente, un día, de aquellos huevos que tapizaban los papeles con los que recubríamos las cajas, salían larvas negras de cabeza grande y apetito voraz. Entonces teníamos que salir a recoger hojas de morera para alimentarlos. Los gusanos comían las hojas por los extremos hasta dejar solamente sus nervios y casi podías verlos crecer; ir observando cómo se hinchaban sus cuerpos segmentados; como se volvían blancos y suaves hasta alcanzar un turgente y merengado esplendor hasta que un día acababan por atrincherarse en una esquina y comenzaban a tejer en torno a si mismos su sedoso ataúd de paredes amarillas. Siempre pensé que si la gente creía que la seda era suave seguramente fuera porque nunca habían acariciado a uno de esos gusanos.
Días después, grandes mariposas blancas salían de los capullos. Mariposas que volvían a tapizar los papeles con los que cubríamos las cajas con huevos y el ciclo volvía a comenzar. En los rincones quedaba la seda amarilla desaprovechada para la industria. El amarillo se volvía cada vez más ocre y seco como la piel de las patas de los pollos de corral.
Ese amarillo ocre, el color a nuez moscada, seguramente fuera el color favorito de Marín, nuestro profesor de anatomía patológica que destrozaba cadáveres animales todos los días a la hora de la comida en la sala de necropsias. El hígado de algunos animales se pone de ese color debido a determinados procesos patológicos. Uno de los recuerdos que tengo de Marín es verlo con un trozo de hígado en una de sus manos y un cuchillo ensangrentado en la otra, girar en torno al animal muerto de turno como un torero brindando su faena al respetable y explicar el caso del día ante la impresionada audiencia. Marín siempre vestía un jersey de lana roja, impropio de su posición social. Rojo como las branquias de las bogas que solían agruparse en el lecho del río Órbigo en época reproductiva, como las crestas de las gallinas en el gallinero de mi abuela. Cuando una gallina dejaba de poner huevos se decía que estaba “guarona” y se la encerraba en una cesta de mimbre sin comer varios días en el corral para provocarle el reinicio del ciclo reproductivo. El hambre y la oscuridad provocan esas cosas pero en aquella época yo no lo sabía.
Saltando de color en color podemos ir recorriendo etapas de nuestras vidas. Evocar lugares y personas que formaron o forman parte de ellas. ¿Algo que recordar?

martes, 2 de febrero de 2010

Soledad

“Escuché en la radio que hoy en Astorga apareció un hombre colgado, ¿lo conocías?

Si, Emilio, el de el taller de neumaticos. Desde que murió su mujer no levantó cabeza…la soledad, que es muy cabrona – sentenció Adolfo. “

Aún era de noche. Mientras llegábamos a aquel pueblecito en las faldas del Teleno y justo antes de echar una cabezadita en el coche me esforcé por pensar en lo que le pudo pasar por la mente a aquel hombre que amaneció pendiendo de un varal, inerme como un salchichón. En ocasiones, crees que entiendes algunas cosas de la vida simplemente porque estas parecen lógicas. A menudo, tiempo después, por experiencias que sufres, no solamente las entiendes sino que además llegas a comprenderlas, cosa que desde luego, es algo muy distinto. Este proceso es parte fundamental del hecho de hacerse mayor.
Me dormí entonces hasta que los ladridos de los mastines de la majada me despertaron al llegar a nuestro destino.


Los rumiantes carecen de incisivos superiores. El conocimiento de esta particularidad anatómica es utilizado a menudo por los ganaderos para reirse de los veterinarios novatos que no fueron a clase el día en que se explicaba la dentición de los animales domésticos. Aquel día al llegar a nuestro destino tuve el dudoso honor de comprobar en más de doscientos ejemplares que, efectivamente, el maxilar de las ovejas cumplía con la regla general. Nos tocó desparasitar a un rebaño completo de merinas. Los propietarios de los animales eran dos hermanos. Uno de ellos fino y fibroso, ágil y extrovertido. El otro, su antítesis; un niño grande, pesado, contundente, con una espesa barba y expresión bonachona. Una por una, las ovejas fueron pasando por nuestras manos. Yo las sujetaba por el cuello y les abría la boca mientras Adolfo les administraba su dosis de antiparasitario armado con una mochila y una pistola en plan “Ghogtsbuster”.
Cuando terminamos el trabajo, nos invitaron a entrar a la casa. La cocina era modesta, propia de una vivienda de campo en la montaña. Los dos hermanos vivían con su madre ya entrada en años. Nos ofrecieron jamón, queso y vino. No recuerdo muy bien cuál fue la razón, pero en un momento determinado nos quedamos a solas con el hermano grandullón. Tampoco sé por qué comenzamos a hablar de lo que terminamos hablando pero aquel ser inabarcable tupido de pelo que nos miraba desde el otro lado de la mesa empezó sin que nosotros lo pidiéramos a confesarse ante nosotros:
“…hay dias que amanece y yo no quiero levantarme. No sé que me pasa. Sólo quiero quedarme en la cama. No quiero sacar a las ovejas, ni comer,ni beber, ni ver la tele…. No tengo fuerza. Mi madre me llama vago y mi hermano ha llegado a pegarme…pero no puedo moverme y no lo haría aunque me molieran a palos...además, siento que los merezco…no lo entiendo pero no puedo…esos días quiero que todo acabe”
En aquel momento, aquel hombretón hecho y derecho empezó a llorar. Adolfo y yo no supimos muy bien qué hacer y tampoco se lo que le dijimos en aquel momento. A los pocos minutos, entró su hermano en la cocina y el grandullón disimuló sus sentimientos. Estoy seguro de que no fue capaz de hacerlo con la suficiente eficacia como para que el vivales no se diera cuenta pero, independientemente de eso, en aquellos momentos, lo mejor era dejar pasar las cosas. También creo que aquella situación en la que uno de ellos simulaba no percatarse de lo que al otro le pasaba para no tener que hablar de ello ya era algo conocido y repetido para ambos.
De vuelta en el coche no intercambiamos palabras. Adolfo puso la radio y los dos estuvimos un buen rato mirando fíjamente la carretera sin interaccionar. Por mi parte, yo estaba profundamente impresionado. En aquel momento me dí cuenta de muchas cosas. La primera es que todos cargamos con grandes tragedias que para otros pueden ser simplemente pamplinas pero que también pueden llegar a cegarnos y hacernos tomar decisiones equivocadas. También que cuando nos cruzamos con alguien a quien conocemos en la calle y lo saludamos; cuando le preguntamos “qué tal?” y nos dice que “bien”, casi siempre miente. Que tras su lacónica respuesta seguramente se esconde un drama, una desgracia, el aburrimiento, la frustración, el miedo… Pensé en lo desesperado que estaba aquel hombre y sobre todo en lo solo que se encontraba….y me acordé de Emilio, el ahorcado. Entonces comprendí totalmente la frase de Adolfo por la mañana. En efecto, la soledad era muy cabrona.
Ahora se que la soledad no es el hecho de estar solo. La soledad es no ser escuchado; es no sentirse parte de nada.
Ya era casi medio día. Como casi siempre yo iría a casa a comer con mis padres y seguramente por la noche saldría con mis amigos. Me sentí afortunado y decidí que no debía olvidar aquello.
Las ovejas no tienen incisivos superiores, pero se tienen las unas a las otras.