viernes, 22 de enero de 2010

Pajaritos a Bailar

Los dos pajarillos conversaban sobre su rama favorita. Eran avecillas pardas, de una mediocre presencia, con pico granívoro pero con actitud carroñera. Solían disfrutar de apasionadas conversaciones en las brumosas mañanas de aquel pueblecito leonés.

Pot era un plumífero pesimista convencido que siempre veía la botella medio llena…pero de veneno; por su parte, su amigo Orro era un pájaro animado, casi siempre dispuesto a la acción, que se quedaba en los huesos en época de apareamiento por su adicción al sexo compulsivo. A menudo en pleno vuelo se cruzaba con otros especimenes en los cuales frecuentemente, reconocía rasgos anatómicos comunes a si mismo…Orro siempre practicó la máxima de “niégalo todo aunque tu culpa sea evidente” y jamás tuvo que pasar pensión de manutención a ninguna de las muchas pájaras que quisieron obligarle a reconocer la paternidad de sus pollos…a base de repeticiones acababa creyéndose sus propias mentiras…y, siendo feliz ,en definitiva.

Pot era un ser atormentado, sin embargo que se hacía preguntas constantes sobre la existencia, sobre la teoría de la evolución de las especies, sobre si los cálculos inflacionarios serían o no manipulados, o si la Organización Mundial de la Salud había estado coludida con la industria farmacéutica en la pandemia del H1N1.

Ambos eran pájaros díscolos, procedentes de nido acomodado pero que habían decidido vivir su vida ajenos a la realidad aviar, habiendo optado este par por una vida bohemia. Uno, disfrutando del libertinaje y el otro del librepensamiento. Quizá fuera esa alivianada opción vital lo único en lo que realidad coincidían…pero en definitiva resultaba suficiente. Lo olvidaba! La afición a picotear semillas de Cannabis era su segunda cosa en común. Por supuesto, había otras coincidencias físicas menores como la carencia de escroto y órgano intromitente alguno (a parte de un reducido orificio cloacal que Pot, por cierto, nunca utilizó más que con fines digestivos). Pero aquello no eran más que simples similitudes físicas y fisiológicas propias de la Clase Zoológica a la que pertencían. A nivel actitudinal como ya se ha dicho, eran dos polos opuestos.

Aquella mañana discutían acaloradamente sobre el principio defendido por Heráclito que dice que todo cambia de manera continua. Mientas Pot consideraba imposible adaptarse a tal mutación sempiterna que el filósofo sugería y por tanto defendía que el ser siempre se vería obligado a ir a remolque de las volubles circunstancias y que sería incapaz, por tanto, de adaptarse al mundo que le rodeaba; Orro aceptaba dicho cambio, mas lo veía, sin embargo, como una oportunidad para la mejora continua;la adaptación y superación en definitiva.

Tubo que ser justo el momento en el que Pot citaba la célebre frase “Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río” cuando una piedra lanzada desde el tirachinas de un mocoso le alcanzó de lleno en la cabeza haciéndole caer fulminado de la rama y fenecer casi en el acto. Derrame cerebral inmediato por ruptura vascular debida a la fuerza del impacto y hemorragia intracraneal con rápida paralización de las funciones vitales.

Aturdido por la rapidez de los acontecimientos Orro pudo observar, como el perro del chiquillo recogía el cuerpo inerme de su amigo caído en plena disputa dialéctica. ¿Dónde encontraría ahora Orro a un pájaro tan capaz como su amigo Pot?

- Siempre nos damos cuenta de lo que tenemos, cuando lo perdemos – pensó nuestro superviviente mientras partía en búsqueda de un nuevo compañero de tertulia en algún árbol cercano.

No tiene nada que ver..pero me gusta esta canción. Allá va:



A cascarla!

martes, 19 de enero de 2010

El post anterior es el principio de este "sucedido"...se recomienda la lectura previa del post anterior

El ciervo nos miró con curiosidad (supongo que la misma con la que nosotros lo estabamos viendo a él) pero no se asustó. Se detuvo por un momento y continuó caminando hacia la playa. Nosotros permanecimos inmóviles hablando en voz baja sobre el fenómeno en cuestión mientras veíamos atónitos como el animalito se acercaba a la orilla del mar. Ya había buena visilidad y seguramente de no ser por aquel sorpresivo acontecimiento ya hubiera hecho un rato que nos hubiéramos ido. Ante nuestras incrédulas miradas, el ciervo se metió en el agua y comenzó a nadar hacia el mar. De vez en cuando , cambiaba su dirección y se acercaba a un malecón que entraba unos 50 metros en el agua pero finalmente, siguió adentrándose en la masa de agua hasta finalmente lo perdimos de vista.
Intentando buscarle una explicación al fenómeno (que a día de hoy aún no le hemos encontrado aunque ya no nos quita el sueño) emprendimos el camino de vuelta.
Bajo la luz del día, la fisonomía de la ciudad habia cambiado. El nivel de actividad se había incrementado y el sonido de mi bocina ya no tenía el mismo protagonismo que anteriormente en el silencio de la noche. Regresamos al viejo Aberdeen de piedra en el que los estudiantes más madrugadores ya poblaban las aceras y dejamos las bicicletas en el mismo lugar en el que las habíamos encontrado…


Unos 11 años más tarde, en Ixtapa Zihuatanejo (México) comíamos pescado a la brasa en una paradisiaca playa a la que sólo se podía acceder en barco. Algunos bañistas practicaba snorkel a unos metros y los meseros se esforzaban por brindarnos las mejores atenciones. Yo hablaba con mi cliente sobre las evidentes ventajas de nuestros productos cuando, de repetente, como un fantasma del pasado se apareció ante nosotros, de nuevo, un ciervo en la arena de la playa.
Mientras mordisqueaba el delicioso lomo de un pescado crujiente y salado abierto en canal acudieron a mi memoria las imágenes de aquel amanecer en Aberdeen e imaginé por un momento (justo antes de que el sentido común se apoderara de mi) que aquel ciervo consiguió al fin escapar del frío de Escocia. Sentí unas irreflenables ganas de contarle a mi cliente la historia completa del campo del golf, el pato de goma y el amanecer en el Mar del Norte pero sin duda alguna y por desgracia, la nostalgia está reñida con los negocios.

viernes, 15 de enero de 2010

Eran cerca de las cuatro de la mañana...

...y éramos los únicos en la sala de ordenadores de la escuela de Agricultura. Poco a poco (como los clientes del bar de “y nos dieron las diez”) los estudiantes se fueron marchando y solamente Alfonso y yo permanecimos para darle el último empujón a nuestras respectivas tesinas. Personalmente, quería rentabilizar los casi dos meses que me había pasado ordeñando cerdas periparturientas y hacer un buen trabajo del que sentirme orgulloso en el futuro. Ahora, es decir, ya en el futuro, mi tesina es un solo un libro polvoriento en alguna estantería de la casa de mis padres que, seguramente no haya aportado nada a las ciencias veterinarias. Está claro que en aquel momento yo le auguraba un futuro más próspero aunque, si hubiera tenido algo de visión, tendría que haberme dado cuenta que la evolución de la concentración de inmunoglobulinas G en el calostro de las cerdas no era un tema con excesivo sex appeal. Pero…eso podría ser tema para otra ocasión.
Ya iba siendo hora de retirarse. Al día siguiente ya no había clase, ni tampoco había que ir a la granja pero estaba a punto de amanecer y permanecer allí más tiempo era sin duda excesivo. Realmente no sé de quien fue la idea de hacer lo que hicimos. Supongo que fue fundamentalmente un efecto combinado del cocktail falta de sueño, exposición a las radiaciones de la pantalla del ordenador y estupidez juvenil pero el caso es que salimos del edificio (si mal no recuerdo se llamaba McRobert building) y nos dirigimos a casa de Alfonso. Allí siempre había bicletas aparcadas y tuvimos la feliz ocurrencia de agenciarnos un par de ellas para darnos un paseito en la madrugada. Creo que Alfonso tomó la de Rui, un portugués “muy profesional” (como el mismo decía)…yo me hice con una que tenía una bocina con forma de cabeza de Pato Donnald.
Nos subimos en ellas e iluminados por la incandescencia de las farolas atravesamos el pétreo paisaje del Old Aberdeen con sus calles de adoquines y sus vetustos y solemnes edificios siempre envueltos en una misteriosa bruma. Nos dirigimos hacia el downtown. El objetivo era ver el amanecer desde un campo de golf a orillas del mar al otro lado de la ciudad. Realmente, era la primera vez que cruzábamos Aberdeen en bicicleta pero la sensación era indescriptible. Prácticamente no había tráfico, sólo algunos camiones de la basura y repartidores a los que saludaba con mi claxon de goma en forma de pato. La noche cambia la percepción de todo. Creo que en ocasiones es capaz de cambiar la realidad en si misma aunque en raras ocasiones nos demos cuenta. Disfrutamos del viento en nuestras caras, de la sensación de libertad que da recorrer una ciudad a velocidad distinta y no estar subyugados a la supremacía de los coches.
Por fin, llegamos al campo de golf. Dejamos las bicicletas en el suelo (pato incluido) y nos sentamos conmovidos ante el imponente aspecto del Mar del Norte. Llegamos justo a tiempo. Los primeros rayos del sol ascendían cambiando el color del cielo y entre estos y nosotros, bandadas de gaviotas iniciando su actividad diurna. Bajo nuestros pies, el campo de golf, tapiz de hierba sin solución de continuidad, terminaba como una alfombra vegetal en una playa de arenas blancas. De repente, a nuestra izquierda, cerca de unos de los greens del campo apareció un ciervo. La sorpresa fue mayúscula pero, desde luego, mucho más raro fue lo que presenciamos unos minutos más tarde… (continuará)

miércoles, 13 de enero de 2010

2.010

Supongo que en estos días, en los que a penas he seguido los blogs que habitualmente leo habrá habido muchos post sobre lo que un nuevo año significa para muchos de nosotros.
Fragmentamos el tiempo porque nos da vértigo pensar en lo infinito y de algún modo nos hacemos ilusiones pensando que tenemos cierto grado de control sobre nuestras vidas. En las empresas hacemos presupuestos ambiciosos creyendo que el uno de Enero todos nuestros clientes cambiarán su actitud y nos pagarán en tiempo y en forma; decidimos adelgazar y convertirnos en sex symbols; estudiar inglés y dejar de fumar. Soñamos que ella volverá con nosotros…que todo será distinto. Necesitamos ilusiones porque la realidad a menudo nos defrauda y la ilusión es, sin duda, lo que nos hace estar vivos. Supongo que todos hemos tenido momentos así en nuestras vidas. Momentos en los que nos hemos esforzado por buscar razones para la lucha y finalmente uno es tan vital como fuertes sean esas motivaciones. El nuevo año siempre es una causa de renovación de propósitos, pero también lo son cada uno de nuestros cumpleaños, la reincorporación al trabajo después de unas vacaciones, la noche de San Juan en la que quemamos lo viejo para reiniciar una nueva vida soltando el lastre del pasado. Pensándolo bien, cada mañana puede ser un nuevo renacer y, como decía la canción, nos intentamos convencer de que aquel “puede ser un gran día”.
En medio de todos estos pequeños ciclos hay cosas que permanecen. Nuestros amigos, nuestra familia, nuestras parejas, nuestros trabajos…¿nosotros mismos?. Todos estos elementos atraviesan tangencialmente nuestros pequeños ciclos catársicos.
Es difícil de explicar esta broma que se llama vida. Para qué progresamos, por qué viajamos, por qué nos establecemos retos…puede que todo sea como un videojuego y seguramente no seamos más que personajes que van pasando pantallas y pueden ser reseteados a voluntad cuando el game is over. Todo es efímero, todo pasa, las sensaciones, las personas, los lugares, el tiempo y finalmente solo hay una cosa cierta. Todos moriremos. La muerte es el único concepto realmente democrático.
Afortunadamente, estamos programados para no tener continuamente todo esto en cuenta y somos capaces, de vez en cuando, de vivir el momento; de emocionarnos con una canción sin pensar que sólo es un instante pasajero, de atravesar un paisaje conectándonos con su esencia, de besarnos sin pensar que quien nos ama dejará de hacerlo en algún momento y de que sólo somos apariencia y en mayor parte nuestro cuerpo es vacío. Yo solo pienso estas estupideces cuando duermo poco (como es el caso), cuando la vida te da una bofetada o cuando estoy asustado.
Finalmente el año 2010 ocurrirá lo de siempre: nos seguiremos engañando a nosotros mismos porque es la única forma de seguir adelante.

martes, 12 de enero de 2010

Avatar causa depresiones y sentimientos sucididas entre sus seguidores

Parece que el comparar la idílica vida de los pitufos hipertrofiados de Avatar con nuestras miserias diarias es la causa de esta "epidemia" de tristeza entre los seguidores de la película, los cuales se percatan de su mísera vida al contrastarla con la de los protagonistas de la última cinta de James Cameron...

Es curioso...es justo la misma sensación que yo tuve cuando ví el film "El fontanero, su mujer y otras cosas de meter".

Chaquetina 2010. EL REGRESO.

miércoles, 6 de enero de 2010