martes, 2 de febrero de 2010

Soledad

“Escuché en la radio que hoy en Astorga apareció un hombre colgado, ¿lo conocías?

Si, Emilio, el de el taller de neumaticos. Desde que murió su mujer no levantó cabeza…la soledad, que es muy cabrona – sentenció Adolfo. “

Aún era de noche. Mientras llegábamos a aquel pueblecito en las faldas del Teleno y justo antes de echar una cabezadita en el coche me esforcé por pensar en lo que le pudo pasar por la mente a aquel hombre que amaneció pendiendo de un varal, inerme como un salchichón. En ocasiones, crees que entiendes algunas cosas de la vida simplemente porque estas parecen lógicas. A menudo, tiempo después, por experiencias que sufres, no solamente las entiendes sino que además llegas a comprenderlas, cosa que desde luego, es algo muy distinto. Este proceso es parte fundamental del hecho de hacerse mayor.
Me dormí entonces hasta que los ladridos de los mastines de la majada me despertaron al llegar a nuestro destino.


Los rumiantes carecen de incisivos superiores. El conocimiento de esta particularidad anatómica es utilizado a menudo por los ganaderos para reirse de los veterinarios novatos que no fueron a clase el día en que se explicaba la dentición de los animales domésticos. Aquel día al llegar a nuestro destino tuve el dudoso honor de comprobar en más de doscientos ejemplares que, efectivamente, el maxilar de las ovejas cumplía con la regla general. Nos tocó desparasitar a un rebaño completo de merinas. Los propietarios de los animales eran dos hermanos. Uno de ellos fino y fibroso, ágil y extrovertido. El otro, su antítesis; un niño grande, pesado, contundente, con una espesa barba y expresión bonachona. Una por una, las ovejas fueron pasando por nuestras manos. Yo las sujetaba por el cuello y les abría la boca mientras Adolfo les administraba su dosis de antiparasitario armado con una mochila y una pistola en plan “Ghogtsbuster”.
Cuando terminamos el trabajo, nos invitaron a entrar a la casa. La cocina era modesta, propia de una vivienda de campo en la montaña. Los dos hermanos vivían con su madre ya entrada en años. Nos ofrecieron jamón, queso y vino. No recuerdo muy bien cuál fue la razón, pero en un momento determinado nos quedamos a solas con el hermano grandullón. Tampoco sé por qué comenzamos a hablar de lo que terminamos hablando pero aquel ser inabarcable tupido de pelo que nos miraba desde el otro lado de la mesa empezó sin que nosotros lo pidiéramos a confesarse ante nosotros:
“…hay dias que amanece y yo no quiero levantarme. No sé que me pasa. Sólo quiero quedarme en la cama. No quiero sacar a las ovejas, ni comer,ni beber, ni ver la tele…. No tengo fuerza. Mi madre me llama vago y mi hermano ha llegado a pegarme…pero no puedo moverme y no lo haría aunque me molieran a palos...además, siento que los merezco…no lo entiendo pero no puedo…esos días quiero que todo acabe”
En aquel momento, aquel hombretón hecho y derecho empezó a llorar. Adolfo y yo no supimos muy bien qué hacer y tampoco se lo que le dijimos en aquel momento. A los pocos minutos, entró su hermano en la cocina y el grandullón disimuló sus sentimientos. Estoy seguro de que no fue capaz de hacerlo con la suficiente eficacia como para que el vivales no se diera cuenta pero, independientemente de eso, en aquellos momentos, lo mejor era dejar pasar las cosas. También creo que aquella situación en la que uno de ellos simulaba no percatarse de lo que al otro le pasaba para no tener que hablar de ello ya era algo conocido y repetido para ambos.
De vuelta en el coche no intercambiamos palabras. Adolfo puso la radio y los dos estuvimos un buen rato mirando fíjamente la carretera sin interaccionar. Por mi parte, yo estaba profundamente impresionado. En aquel momento me dí cuenta de muchas cosas. La primera es que todos cargamos con grandes tragedias que para otros pueden ser simplemente pamplinas pero que también pueden llegar a cegarnos y hacernos tomar decisiones equivocadas. También que cuando nos cruzamos con alguien a quien conocemos en la calle y lo saludamos; cuando le preguntamos “qué tal?” y nos dice que “bien”, casi siempre miente. Que tras su lacónica respuesta seguramente se esconde un drama, una desgracia, el aburrimiento, la frustración, el miedo… Pensé en lo desesperado que estaba aquel hombre y sobre todo en lo solo que se encontraba….y me acordé de Emilio, el ahorcado. Entonces comprendí totalmente la frase de Adolfo por la mañana. En efecto, la soledad era muy cabrona.
Ahora se que la soledad no es el hecho de estar solo. La soledad es no ser escuchado; es no sentirse parte de nada.
Ya era casi medio día. Como casi siempre yo iría a casa a comer con mis padres y seguramente por la noche saldría con mis amigos. Me sentí afortunado y decidí que no debía olvidar aquello.
Las ovejas no tienen incisivos superiores, pero se tienen las unas a las otras.


6 comentarios:

Unknown dijo...

Si sabré yo lo que Emilio pensaba...


La soledad es como una nube de gas toxico que desprendemos de nosotros mismos, por eso no podemos alejarnos de ella, nos sigue a todas partes, aun entre millones de personas y frente a cada uno al que respondemos: Bien, gracias, aunque por dentro quisieramos descosernos como hizo aquel grandulón y empezar a dejar salir cada una de nuestras penas, aunque no sirva de nada...porque la nube te sigue eternamente....

Lovely dijo...

Hola Luisito. Te lo he dicho "cienes y cienes" de veces, que me encanta como escribes y que me alegra que lo sigas haciendo.

Yo aún recuerdo cuando hacía mis pinitos... qué tiempos aquellos,snif. Ahora no tengo tiempo ni para escribir una lista de la compra en la puerta de la nevera. Así que un día sí y otro también llego a casa y no hay leche, o no hay yogures, o no hay tomate... un desastre humano.

Sigues por los Mexicos??

Luis dijo...

Marianna: Arriba ese ánimo, que no hay mal que cien años dure!

Lovely: tiempo siempre hay. Estoy seguro...falta predisposición! Sip, sigo en México (en realidad moviéndome más que los ojos de Marujita Díaz) y gracias por decir que te gusta lo que escribo....alimenta sustancialmente mi ya de por sí desproporcionado ego! ;)

Luis dijo...

Marianna: Arriba ese ánimo, que no hay mal que cien años dure!

Lovely: tiempo siempre hay. Estoy seguro...falta predisposición! Sip, sigo en México (en realidad moviéndome más que los ojos de Marujita Díaz) y gracias por decir que te gusta lo que escribo....alimenta sustancialmente mi ya de por sí desproporcionado ego! ;)

Anónimo dijo...

Extraordinario relato; me ha recordado mi año campañista, visitando pueblos olvidados, que juntos conforman esa España profunda que nadie quiere ver; ancianos decrépitos trabajando para poder malvivir, tullidos y retrasados escondidos en el fondo de las casas, enfermos que ya nada esperan, alcohólicos maltratadores, luchas fraticidas por un miserable terruño, esa dureza en el trato al débil o al pobre o al tonto.....Todos durmiendo con sus miedos y fantasmas, con un futuro que hace del infierno un resort con todo incluido.

En ese ambiente no es raro optar por la salida definitiva de manera callada, en silencio, casi con vergüenza, como si diera pudor pensar que alguien va a encontarte amarrado a una soga sin la debida compostura (qué diran en el pueblo cuando me encuentren....).

Recuerdo que un amigo de juventud de mi padre se puso por segunda y última vez su traje de novio para atarse al madero; suicida sí, pero con el traje de los domingos, que uno siempre fue decente.

Esa España es en definitiva de la que mamamos para ser como somos, una especie de ratas con muy mala ostia, capaces de sobrevivir y aguantar casi de todo........(algo bueno tenia que tener...)

Un abrazo amigo

Barracuda

yo dijo...

dijo el filosofo que la vida es corta y brutal... la melancolia hace su parte en el juego, siento mucha empatia por aquel barbon del que hablas, muchas veces he sentido lo mismo.

no conozco españa, pero siendo mexicano, me puedo dar una idea de la vida por alla...

me recorde de una tribu en africa, hombres y mujeres que solo conocen la caza y la recoleccion de frutos, (por cuestiones lo lei en National Geographic), y creo que su falta de todo no podria ser una mayor bendicion.

Viviendo en los Estados Unidos lo vine a comprender: factura tras factura de servicios, gasolina, seguro de auto, impuestos por todo (y pensar que este pais surgio por esta contra los impuestos) y a veces lo unico que necesitamos es aprender a vivir.