viernes, 11 de enero de 2008

El perro matemático

Coco te mira con sus dos canicas negras. Se sienta ahí, frente a ti, esperando a que le digas algo. Con su gorda nariz de perro apuntándote directamente a la frente, te interroga, te presiona para que le hagas una broma o lo saques a la calle. Es un chantajista sentimental.

El fin de semana pasado estaba sentado en el salón de la casa de mis padres. Como tantas otras veces, Coco se me colocó frente a mí y comenzó a observarme. Yo disimulaba mirando hacia el televisor pero en realidad, con el rabillo del ojo vigilaba sus movimientos. Me vino uno de esos pensamientos tan originales tipo “sólo le falta hablar” y me entraron ganas de decirle algo. La gente que tiene mascota me entenderá, (espero).

“Coco, ¿qué miras?”- el dijo “auhhhhhhh”, lanzando la cabeza hacia atrás, como hace siempre que se pone nervioso.

- ¡Coño! Este perro… de verdad que me entiende!

- ¡Coco! ¿Cuántas son uno más uno?

En ese momento, ante mi incrédula mirada, el perro elevó su pata delantera derecha un par de veces.
Un escalofrío recorrió mi espalda y se me instaló cierto nivel de tensión a nivel de la frente como cuando veo un paisaje bonito o escucho la banda sonora de Cinema Paradiso. Yo lo llamo “emoción contenida”.
Mi parte racional me decía que aquello no podía estar ocurriendo e intenté comprobar si se producía la repetitibilidad que todo fenómeno experimental debe de cumplir para tener cierta credibilidad científica.

- Coco, escucha… ¿cuántas son 2 más 3?

El peludo levantó su pata derecha en un total de 5 ocasiones! Estaba ocurriendo. Ya me veía en los mejores shows de televisión con mi perro matemático, actuando en teatros y salas de fiestas haciendo a mi mascota resolver integrales indefinidas y complejas inecuaciones. Viajando en primera y comiendo de caliente todos los días.

- Papá, mamá… mirad lo que hace el perro! – grité emocionado.

Mis progenitores acudieron sobresaltados por mis entusiasmados gritos.

- Mirad, mirad…..Coco, ¿cuántas son 2 más 2?

El perro me miraba impertérrito…insistí…seguramente no me había expresado con claridad…. Coco ¿cuántas son dos más dos? – repetí masticando cada una de las sílabas….nada. Ninguna reacción. El animalito meneaba la cola sin moverse de su sitio ante los seis inquisidores ojos que le observaban.
Coco, cojones! ¿Cuántas son dos más dos? – grité enfadado….



Justo en ese momento…me desperté sobresaltado. Todo había sido un sueño. Coco descansaba plácidamente en su colchón multicolor, a los pies de mi cama. Me incorporé y él hizo lo propio.
Nos miramos. Elevó su extremidad anterior derecha cuatro veces y volvió a acostarse lanzando un largo suspiro!

P.D. Si pulsáis la foto se ve en grande!!

jueves, 10 de enero de 2008

Campaña Electoral

Hola amiguitos. Empieza el 2008 ¡ Un nuevo año electoral! ¿No estáis excitados? (Cuando digo excitados, me refiero a emocionados (“salidos” ya se que si, y mucho. Marranos!)).

Ayer, mientras venía en mi coche desde Toledo (esfuerzo por el cual se me han fusionado varias vértebras) venía escuchando a Toni Garrido en su programa de RNE 1, Asuntos Personales (recomendable, por cierto) que andaba preguntando a la sus oyentes (y sin embargo amigos) si pensaban que las campañas electorales servían de algo. Si bien es cierto que el tamaño muestral de la encuesta seguramente no pueda ser considerado significativo (8 llamadas), la contundencia de las respuestas sí que lo fue. Siete de los ocho comunicantes tenían decidido su voto (de diverso signo) y pasara lo que pasara no iban a cambiarlo. El último (cuya llamada entró, supongo, por dar un poco de diversidad a la encuesta) dijo que no y que votaría a quien solucionara “lo suyo”. (lo suyo al parecer era el problema de la estafa de Afinsa y Forum Filatélico, en la cual parece que hay “enganchados” unos 260,000 inversores, si mi protocerebro reptiliano no recuerda mal).

Desde lo más profundo de mi simiesca mente, y ya desde muy niño (es curioso que ya tuviera este tipo de pensamientos), siempre he pensado que la tendencia política tiene un componente genético, congénito y/o altamente condicionado por el ambiente familiar en el que te desarrollas; es decir, que en la gran mayoría de los casos e irremediablemente acabas votando a alguna de las tendencias de las que tus progenitores son seguidores. Esta bien… hay matices, hay gente que en su adolescencia sufre procesos de profundo cambio intelectualmente demoledores que logran acabar con las ideas inculcadas y diseñan sus propios criterios, lo admito. Pero si miras a las familias, al final, te das cuenta de que esa tendencia existe y que, seguramente, lo que puede ocurrir es que dejes de votar a “tu partido” en alguna ocasión pero es muy difícil que votes al contrario. El lo que yo llamo “democracia por omisión”.

Entonces, ¿sirven de algo las campañas electorales? La respuesta, seguramente no es taxativa pero estoy seguro de que tienen muchísima menos utilidad de lo que los políticos se creen. Lo que tengo muy claro, desde luego es que las cosas se podrían hacer de otro modo. Me pone de los nervios que llenen los pueblos y ciudades con las caras de los candidatos (incluyendo paredes en obra, contenedores de basura, farolas, y cualquier lugar susceptible de poner la cara de esos señores y señoras tan sumamente desagradables que llevan la raya del pelo hecha con cartabón), que haya coches con megáfonos molestando, (es eso legal?), que se gasten nuestros dineros en autobuses para movilizar a sus huestes, que se ocupen espacios públicos para motivar a los que ya están convencidos, que cambien la realidad de las cosas, que se mienta…¿cuántos de vosotros habéis ido a un “mitin” para valorar objetivamente una opción? No digo que ninguno, pero si que si lo habéis hecho sois un poco raritos (no en el sentido ofensivo, sino en relación a lo poco frecuente del acontecimiento).

El país está cada vez más polarizado en dos vertientes. Se habla de voto útil, de campañas de imagen, del mensaje que hay que transmitir… Lo que para uno es blanco para otro es negro (¿somos la gran potencia económica de Europa como pretende vender el PSOE o estamos al borde de la hambruna como pretende hacer creer el PP?).

A mi todo esto me parece penoso y me pone de muy mala ostia. Será por mi excesivo orgullo pero me pone nerviosito que nos quieran tratar como borregos. La única esperanza que me queda es que creo que la mayor parte de la sociedad va por delante de nuestros políticos y éstos no acaban de darse cuenta.

Para mi, las campañas electorales, tal y como las conocemos hoy deberían estar prohibidas. Vivimos en una sociedad en que la información se puede hacer llegar a los nichos de votos sin necesidad de gastarse millones de euros, y de talar miles de árboles. Sólo queremos gente que se preocupe por mejorar las cosas… pero eso, no acaban de entenderlo. Por mi parte, se pueden meter sus carteles por donde les quepa! (estoy seguro de que les cabrán muchos!).

lunes, 7 de enero de 2008

Noche de Reyes


Justo después de la cosecha se preparaban los “machizos”. Los machizos eran unas rudimentarias antorchas compuestas por paja de centeno sin trillar ensambladas con cuerdas con el fin de darles mayor consistencia y longitud. Llegaban a alcanzar un par de metros de altura y la compresión de las pajas les permitía arder durante el tiempo suficiente como para cumplir la misión para la que habían sido diseñados.

Se guardaban desde finales de Julio o inicio de Agosto hasta la noche de Reyes en algún lugar apartado y seco de la casa para que no se humedecieran nunca. (solían conservarse en la “panera”, el lugar de la casa destinado a guardar el “pan”, es decir, el trigo que se iba empleando durante el resto del año para la alimentación de la familia y de los animales domésticos).

Al llegar la noche de Reyes, cada niño de la casa tomaba su correspondiente machizo y sus padres lo encendían. Entonces comenzaba una curiosa peregrinación que les llevaba a través de la carretera de Astorga hasta un lugar conocido como Las Llamas. Un pequeño ejército de niños ilusionados viajaba con sus artesanales antorchas un par de kilómetros lejos del pueblo para, de esta forma, llamar la atención de los Reyes de Oriente en su largo viaje nocturno. En el fondo esto no era más de dejar por unas horas el pueblo vacío de muchachada y que de esta forma “los reyes magos de oriente” pudieran hacer su trabajo de forma cómoda.

Cuando los machizos se apagaban, los niños volvían y encontraban sus regalos justo donde tenían que estar.

A mi ya no me tocó vivirlo. En mis tiempos hacíamos hogueras con el mismo fin (atraer a SSMM a nuestras casas). El seis de Enero era un día de catarsis, de buscar todo lo viejo que había por casa e ir a talleres de neumáticos para conseguir un fuego duradero. Lo más grande posible. Durante todo el día apilábamos todo lo que fuera susceptible de arder y después de la cena salíamos ilusionados a “llamar a los Reyes”. Al volver a casa, aquella misma noche, encontrábamos la recompensa a nuestro esfuerzo.

Este año he llegado ya en la noche a cenar a casa de mis padres el día de Reyes. Ya no hay machizos y sólo he visto una hoguera en todo el pueblo. Ya no quedan casi niños, ni paja de centeno, ni neumáticos viejos…

viernes, 4 de enero de 2008

Gusanín


El elemento austrohúngaro no identificado que parece dormir a pierna suelta colgado de las paredes uterinas de mi hermana (cual alpinista ascendiendo en K2 en plena ventisca) es mi futuro sobrino y ahijado (aún no conocemos el sexo pero permítanme que hable en masculino en bien del sentido común y en contra de lo políticamente correcto). Esta es la primera imagen de la que disponemos y que ha sido obtenida gracias a la magia de los cristales piezoeléctricos que componen la sonda del ecógrafo. ¿Quien me iba a decir a mi, cuando en mis clases de física del pequeño instituto rural en el que excitaron nuestras neuronas (y hormonas) nos explicaron el fundamento de la ecografía de imagen, que años más tarde estos avances técnicos servirían para ver a nuestras propias crías humanas (parafraseando a Teófilo el Necrófilo de quien me declaro ferviente admirador) en el claustro materno?

Nos encontramos en la semana 9 de gestación. Aquí, el bichín en cuestión mide a penas 4 cm pero ya desde hace unas 4-5 semanas tiene un pequeño corazón que late a un ritmo de unas 65 veces por minuto. Viene equipado ya con un rudimentario cerebro y ya están definidos la cabeza y tronco. Se comienzan a formar los ojos, la parte externa de las orejas, los dedos de los pies y de las manos. Aparecen también los orificios nasales aunque de momento no le sirva de nada (como el encéfalo a Leticia Sabater).

Me he pedido ser padrino, ahora bien, he puesto mis exigencias. Si la cría no nace rica (lo veo improbable por la poca afición de sus progenitores a los juegos de azar), superdotada (debe de ser capaz de hacer frases subordinadas a los 12 meses de vida) o de una extrema belleza (explotable en anuncios de pañales, potitos, o para hacer de niño Jesús en un portal de Belén), lo voy a traspasar en calidad de cedido a sus abuelos hasta ver si le da por hacer deporte y ganar mucho dinero, en cuyo caso reclamaré mis derechos de usufructo de sus bienes muebles e inmuebles.

No soy interesado. Sólo práctico.

En realidad y ya sin bromas, estamos todos encantados y un poco atontados por el feliz acontecimiento. Mi hermana será la primera valiente de nuestra generación de primos carnales en hacer un back up de sus genes en este “amado mundo podrido” (título de una novela de serie Z que una vez leí hace muchos, muchos años y que se desarrollaba en Oklahoma) así que no me queda otra cosa que felicitarla y decirle que yo seré el padrino indiano de ese pequeño ser humano e intentaré no infundirle todas mis muchas malas actitudes.

Os dejo aquí, para darle un tono poético final a la cuestión la letra de una celebérrima canción de Serrat que logró encogerme el corazón la primera vez que la escuché con atención. Espero que os guste:

A menudo los hijos se nos parecen,
y así nos dan la primera satisfacción;
ésos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.

Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar.

Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.

Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
con nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.

Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.

Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.

miércoles, 2 de enero de 2008

31 de Diciembre de 2007


Eran las cinco de tarde. Ataviado con mis mallas ajustadas de bufón de castillo del medievo y mis viejas zapatillas deportivas salgo de la casa de mis padres. Pongo mi cronómetro a funcionar. El sol comienza a agonizar vomitando rayos sanguíneos enrojecidos. Tomo camino a la derecha. Inmediatamente después viro a la izquierda. Parece que hay mucho barro y decido no dirigirme hacia la ribera del río, una zona sin duda mucho más húmeda.
A los 6 minutos diviso un rebaño de ovejas en mi trayectoria. Continúo mi ruta pero rápidamente pienso que pasar a su lado no es la opción más inteligente. Al ir corriendo, posiblemente acabaría llamando la atención de los perros que excitados por un objetivo móvil podrían volverse peligrosos. Así que, unos cien metros antes de llegar a dicho rebaño, vuelvo a girar a la derecha. Atravieso una finca en barbecho que presenta un firme lo suficientemente bueno como para no dificultar mi carrera. Enseguida oigo ladridos a mi espalda. Doy vuelta sobre mí y descubro cinco mastines acercándose a buen ritmo. Me doy cuenta entonces de que tendría que haber cambiado de trayectoria mucho antes. Continúo corriendo, confiando en que la distancia que nos separa los desanime en su persecución. Me alcanzan. Seguir corriendo no es una opción. Me detengo y los espero haciendo aspavientos con los brazos y gritándoles. No sé que decirles, pero sé que debo gritarles y me siento un poco ridículo por ello. Cuatro de los cinco perros se han detenido a unos 15 metros. Eso me tranquiliza un poco aunque siguen ladrando y se van abriendo en abanico a mi alrededor. Uno de ellos intenta situarse en mi flanco derecho y me voy hacia él para que esto no ocurra e intentar mantenerlos agrupados y dentro de mi campo de visión. La regla de oro es no darles la espalda nunca. Tener siempre sus bocas controladas visualmente. Más rezagada está llegando una vieja hembra gorda y negra. Tiene pelo cano en la mandíbula inferior y ladra sin parar. Se dirige a mí de un modo menos vacilante, más seguro. Nuestras miradas se cruzan y siento temor por primera vez. Tras muchos años de experiencia creo saber distinguir el fanfarroneo de los mastines jóvenes exhibiendo sus gigantescos cuerpos de molosoides de una amenaza real. El pastor en la lejanía intenta llamarlos pero soy consciente de que eso no servirá de nada. Tendré que salir de allí por mis propios medios. Miro a mi alrededor. Busco algún arma defensiva: piedras, palos…me imagino por un instante un eventual ataque y pierdo fugazmente la poca serenidad que me quedaba. Dando siempre la cara y blasfemando todo lo alto que puedo sigo retirándome de espaladas del campo de batalla. Una caída podría tener graves consecuencias. Me esfuerzo por hacer movimientos suaves, seguros. Por no mostrar debilidad en ningún momento. Dos de los perros más jóvenes acaban dándose la vuelta. Siento cierto alivio, como si los 180 kg de perro que aún permanecen ante mí con los ojos fuera de sus órbitas fueran ya un obstáculo menor para mi integridad física. Poco a poco, las cosas se van calmando. Sé que alejarse del rebaño es crítico y que no se produzca el ataque de unos de ellos también. Los perros son animales de manada. Hay que mantener controlada a la líder del grupo. Esa vieja hija de puta que me tiene cruzado en su cerebro. Intenta emprender una carrera hacia mi y yo me voy a hacia ella gritándole. Logro que detenga su ataque. Sigo avanzando. Me alejo. Conjuro el peligro y me adentro en el bosque.


Finalmente, he acabado en el río. Justo el lugar al que no quería ir. Maldigo al pastor y a sus putos perros pero al mismo tiempo sé que quien está fuera de lugar soy yo. En mi pueblo nadie corre si no tiene prisa.
Sigo mi carrera. El suelo esta empapado y hay mucho barro que se mezcla con las hojas de los chopos y forma una pasta resbaladiza. Reduzco mi zancada. Me tranquilizo y disfruto del paisaje que me rodea. Llevo ya unos 20 minutos corriendo y decido irme hacia el monte. Asciendo campo a través. El terreno está duro. Helado en las zonas de umbría y lo aprovecho porque es más fácil correr por ahí. Alcanzo una zona elevada. Desde allí puedo ver en la lejanía las torres de la catedral de Astorga, el palacio episcopal y el Teleno, la montaña sagrada de los Maragatos. Empieza a ponerse el sol justo cuando el camino comienza a hacerse más cómodo. Inicio el descenso. Suenan los acordes de “Maria Soliña” interpretada por Luar Na Lubre en mi reproductor de música. Ante mi, mi valle. Frío bajo la luz del atardecer, brumoso, precioso. Un escalofrío recorre mi espalda y me doy cuenta de lo privilegiado que soy. El río, los campos de cultivo y los pueblos forman un mosaico perfecto. Ningún paisajista lo hubiera hecho mejor que las gentes que han labrado estas tierras de manera estéticamente inconsciente.



Emprendo el camino de regreso. Unos quinientos metros antes de la llegada detengo mi marcha. Disfruto de los últimos rayos de sol que tiñen el pueblo de rojo intenso.


P.D. Las fotos son de mi pueblo pero tomadas en otros momentos como es de suponer.