domingo, 5 de agosto de 2007

Buenas Acciones

Ser buena persona no resulta moralmente rentable. Llevo un importante déficit con el cosmos en cuanto a buenas acciones realizadas y que no se han revertido en mi persona (el efecto boomerang falla, o por lo menos vuelve por la espalda y me da en toda la nuca). Sin ir más lejos, el viernes al medio día, aún no sabía que hacer el fin de semana. Tenía tantas opciones y todas tan buenas…el caso es que “alguien” a la salida de la oficina me convenció después de soportar estoicamente el relato de todas mis alternativas “lúdicoeróticomúsicodeportivas” que lo mejor que podía hacer era ir a buscar a mi madre a León y traerla a los toros a Pontevedra. Su justificación fue aplastante e incontestable. Ella “me había dado la vida”. Así que, ni corto ni perezoso planté mi trasero en el asiento de mi coche y me dispuse a hacer los más de 600 kilómetros necesarios para recoger a mi progenitora y traérmela a Galicia desde el imperio del topillo. Todo iba moderadamente bien. Poco tráfico y una programación en la radio, mi eterna compañera de viaje razonablemente buena. Subiendo el puerto de Manzanal me di cuenta de que mi cochecito estaba quedándose sin combustible así que me dispuse a efectuar una para técnica en la primera gasolinera que encontré.

Nada más bajarme del coche pude ver cómo de la parte del motor (siento no poder concretar más ya que mis conocimientos de mecánica son más bien penosos) salía a borbotones un montón de líquido amarillento. La chica de la estación de servicio (desde ahora conocida como, “chica del pelo rojo”) introdujo su “dedo-sonda” en el líquido que corría por el suelo y construyó la hipótesis de que debía de tratarse de anticongelante. Me sugirió con muy buen criterio que abriera la chapa que recubre el motor (creo que le llaman capó) y lo hice (no sin pocas dificultades). Lo único que puede ver es que había un depósito de plástico translúcido que estaba bajando de nivel de manera visible. Esto, por la teoría de los vasos comunicantes (o simplemente por lógica aplastante) debía significar que era de ahí de donde estaba saliendo aquel extraño fluido. “Chicadelpelorojo” me sugirió que no abriera en ese momento la tapa de aquel depósito cosa que con la valentía del inconsciente iba a hacer como paso previo al escalado de mi cara. También me sugirió, muy astutamente, que mirara en el manual del coche si había alguna pista que me ayudara a diagnosticar realmente lo que estaba pasando. Si la teoría del anticongelante se hubiera confirmado (Chicadelpelorojo et al. 2007) seguramente hubiera continuado mi camino pero, al parecer, lo que estaba vaciándose era el depósito del líquido refrigerador del motor (según el manual, claro. Si el manual hubiera puesto que aquello era una barrica bordelesa, yo me lo hubiera creído a pies juntillas también). Esto debía de significar que si continuaba, seguramente el motor se calentaría y podría producirle daños irreversibles (al menos, eso es lo que pensé).

Así que nada, me resigné y busqué el teléfono de asistencia en carretera de Europcar. Así conocí a Carmen, mi salvadora. Carmen me dijo que no me preocupara, lo cual no era necesario, porque no estaba preocupado en absoluto pero la dejé que se explayara utilizando sus técnicas de auxilio en carretera. Me dijo que llamaría a una grúa, que esperara en la gasolinera unos 30-45 minutos y que llegarían en mi rescate. Ah! Y que cuando la grúa hubiera llegado, que la llamara de nuevo para ver cómo me movilizaban a mi destino final que por aquel entonces no había pensado muy bien cual sería.

Durante la espera llamé a mi padre y le di la gran noticia de que tendría que ser el quien llevara a mi madre a los toros a Pontevedra porque mi “viniculo” a motor había muerto en acto de servicio. Sin mucho entusiasmo aceptó el destino pero me consta que al final se lo pasó bien por aquellas tierras.

Mientras esperaba a la grúa pasó por allí el grupo malagueño Danza Invisible que también venía de La Coruña (como yo) porque habían tocado el día anterior en la playa de Riazor. Venían todos (unos 6 ó 7) en una “fregoneta” Wolsvagen con cara de haber dormido más bien poco y ganas de comer. Les dije que había estado en su concierto del día anterior (en el que habían compartido escenario con Toreros Muertos y Nacha Pop), y bueno, afirmaron sin modestia alguna que su concierto había sido el sin duda el mejor de los 3, a lo cual asentí de manera políticamente correcta cual pelota obnubilado por la popularidad de los artistas. Les pregunté si se iban a Málaga en la “furgoneta” y me dijeron que “yes”. Entonces pensé en lo efímero de la fama y en una foto que me habían enviado una vez por correo electrónico de Espinete en el retiro con un cartelito que colgaba de su rosado cuello que ponía “Completo: 25 euros”.

Poco después llegó la grúa. Entregué las llaves de mi coche en un acto simbólico y dramático, como si fuera el último relevo de la antorcha olímpica o cuando un torero veterano le da a un chavalillo joven “los trastos de matar” en su alternativa. Afortunadamente, no llevaba los pantalones tan apretados como los de ningún joven novillero por lo que pude meterme en los bolsillos 2 ó 3 cositas más bien íntimas y/o necesarias que llevaba en la guantera para que no se quedaran por allí perdidas en cualquier sórdido taller de carretera lleno de postres de chicas de grandes aptitudes lácteas.

Llamé a mi Carmencita, mi ángel de la guarda, que me avisó a un taxi. El taxi vino de Astorga y me llevó hasta Coruña. Hablando, hablando, el taxista resultó ser familiar lejano mío y es que en estos pueblos de repoblación deberían haber esquemas de consanguinidad para evitar retrocruzamientos que impidan la pérdida del vigor híbrido porque a la que te descuidas te estas liando con tu prima segunda sin saberlo.

Y bueno, esta es la historia un sábado (mira, como la traducción de Ana Belén de la canción “The Piano Man”) en que los astros o la fatalidad o Dios (no se quien planea que estas cosas pasen realmente) se empeñaron en no dejarme realizar una buena obra. De todos modos “la intención es lo que cuenta”. Al menos ese es el consuelo que nos queda a algunos (igual que a la selección española de fútbol a Izquierda Unida y a las Ketchup).

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