miércoles, 18 de julio de 2007

La Virtud está en el Punto Medio

Esto lo dijo Descartes (creo que fue en el Discurso del Método) y aparentemente tiene mucho sentido. El problema radica en la definición del concepto “punto medio”.

Recientemente, he tenido experiencias dolorosas que me han hecho cuestionarme si por ejemplo la empatía es una virtud o un defecto. Seguramente, y volviendo al título de este ejercicio mental, no sea ni una cosa ni la otra, sino que depende del nivel de empatía en el que te muevas. Como siempre, “el veneno está en la dosis”.

He conocido por desgracia a determinadas personas cuyo nivel de comprensión de los problemas de los otros es inexistente. Esto les hace grandes supervivientes y siempre son capaces de justificar sus actitudes de autoprotección y egoísmo mediante mecanismos defensivos que se establecen automáticamente ante cualquier amenaza externa que pueda poner en peligro su bienestar. Estas personas son incapaces de renunciar a nada por cuestiones de orgullo o vergüenza torera. Lo primero es su interés, su placer, su vida. A continuación quizá puedan considerar en el mejor de los casos otros aspectos de importancia menor como el daño que puedan causar a los otros, la justicia de sus actos o si han cumplido con su deber.

No voy a justificarlos pero a raíz de analizar el comportamiento (muy de cerca) de alguno de estos seres, uno llega a la conclusión de que realmente son víctimas de sus sólidos principios (in)morales. Quizá no sean seres mezquinos. Solamente son lo que son porque no pueden ser de otra forma y no pueden serlo, porque no saben. Nadie les ha enseñado a plantearse que entre las posibles opciones que todos tenemos, no sólo hay que seleccionar la más ventajosa para satisfacer nuestros deseos sino aquella con un mejor compromiso beneficio / ético. Desgraciadamente, cuando uno llega a determinada edad ya es muy difícil cambiar las pautas de comportamiento:
Una vez tuve un perro al que bautizamos Flipper en honor a aquel delfín televisivo del que guardo vagos y difusos recuerdos. Flipper llegó ya adulto a casa. Era un perro fuerte, de la raza…ummm, ”ratonera”, según mi padre que no se un prestigioso etnólogo canino pero si un buen padre. Era un perro decente, cariñoso, vivaracho, activo gracias al vigor híbrido del cocktail de mil sangres de perros callejeros que corría por sus venas. Flipper tenía un defecto…en cuanto salía al campo disfrutaba embadurnándose el cuello en cualquier tipo de excremento que se encontraba. Nunca supimos explicar aquella costumbre y tampoco pudimos obligarle a que persistiera de su actitud.”

Exactamente lo mismo le pasa a la gente cuando pasa cierta edad… hay hábitos como el de ser unos egoístas hijos de puta, que ya no son modificables sin la utilización combinada de altas dosis de medicación, sesiones espirititas y electroshocks.

Este hecho puede generar circunstancias muy duras para las personas que comparten espacio vital con este tipo de seres. Ante un conflicto, ellos jamás pierden y si el conflicto se genera con alguien excesivamente comprensivo para con ellos, se pueden llegar a dar situaciones que vistas desde fuera resultan incomprensibles para el común de los mortales a partir la observación de las cuales, el alambique de la cultura popular ha destilado licores verbales como “ser puta y poner la cama” o “cornudo y apaleado” (para definir al ser débil que en la relación con estos salvajes ha resultado humillado, destrozado y “porculizado” sistemáticamente).

Por otro lado, este perfil psicológico carente de la capacidad para ponerse en el lugar del otro presenta desventajas relacionadas con determinadas habilidades sociales para las cuales se requiere cierto nivel de comprensión de los problemas de los demás. Me atrevería incluso a decir que toda relación interpersonal llega a establecerse bajo un esquema de intereses en el cual este ser monstruoso solamente utiliza a sus “amigos / parejas” mientras estas satisfacen íntegramente sus necesidades llegando después a destruirlas si esto es necesario para el cumplimiento de sus deseos inminentes. Nunca se debe esperar en ese caso, ningún tipo de arrepentimiento por parte del agresor que tendrá la capacidad en todo momento, de justificar sus acciones, por más cruentas que estas sean, en base a sus razonamientos internos de autoprotección.

En el lado opuesto de la distribución normal propia de todo carácter de tipo biológico tenemos al ser excesivamente comprensivo y blando que justificará en todo momento las acciones de los demás en detrimento de sus propios intereses y necesidades. Una persona que llegará a renunciar a sus necesidades básicas, que justificará cualquier cosa con el fin de evitar un enfrentamiento puesto que le falta la fuerza de la convicción para la lucha.

Después de todo esto, a mi no me queda tan claro que la virtud esté en el medio. Desgraciadamente para los blandos (a los que sin duda me aproximo más), la sociedad actual se sigue rigiendo por las reglas de la jungla. En la jungla, el más fuerte se come al débil aunque afortunadamente, aún hay algo que nos diferencia (menos de los que muchos piensan) de los animales. Los blandos–empáticos– comprensivos tenemos el consuelo de sentirnos quizá moralmente vencedores. El problema es que sin fe en que otra vida mejor es posible, se hace difícil la resistencia a los golpes de los hijos de puta que se aprovechan de nosotros.

Desde el ámbito mental que tiende a comprenderlo todo, tendremos que esforzarnos en endurecer un poquito nuestra coraza para no ser presa fácil de los que han vampirizado nuestra energía, nuestro esfuerzo y, sobre todo, nuestra confianza y que nunca se preguntarán sobre lo bien o lo mal que han actuado.

Desde el gabinete psicológico de la chaquetina envío un fuerte abrazo a los que de vez en cuando se plantean si alguna vez han podido meter la pata y les felicito por poseer aún un gramo de decencia.


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